La carrera para suceder a Nicola Sturgeon como líder del Partido Nacional Escocés ha revelado una vieja tensión dentro del partido, entre los fundamentalistas, que únicamente contemplan independencia inmediata de Gran Bretaña, y los gradualistas, que piensan que el apoyo a la causa se construye mejor acumulando competencias y gobernando bien.
Ash Regan, la candidata de los radicales, está a favor de convertir las próximas elecciones en una votación de facto sobre la independencia. Sus rivales, Humza Yousaf, secretario de salud, y Kate Forbes, la secretaria de finanzas, son más cautelosos.
El Partido Nacional Escocés, que lleva gobernando Escocia desde 2007, ha disfrutado de fuertes vientos de cola: una férrea disciplina de partido, presupuestos más generosos que Inglaterra, y un amplio elenco de competencias que incluyen educación y salud. Escocia podría haberse convertido en un ejemplo para la reforma de las políticas públicas del Reino Unido. Pero la paradoja del nacionalismo es que un movimiento que sueña con construir un estado completamente nuevo y diferente tiene, después de 16 años en el poder, un historial modesto que no augura grandes cambios en un escenario de independencia.
El sucesor de Sturgeon tiene más importancia para toda Gran Bretaña de la que pueda parecer. La vía rápida de Regan supone un escenario más agresivo y conflictivo a corto plazo, pero quizá menos eficaz. La vía más pausada de Yousaf y Forbes parece, en principio, más legalista y dialogante, pero puede ser incluso más inquietante para el gobierno central que puede ver cómo la independencia gana adeptos en menos de una generación.
En todo caso, en Westmister saben bien que lo que suceda en Escocia respecto a las pretensiones independentistas marcará el camino para otros movimientos similares como los de Gales y los de Irlanda del Norte.
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