En un contexto en el que no abundan las mayorías claras ni el bipartidismo tradicional, las cifras que arrojan estos comicios son sorprendentes: a falta de que se repartan unos escaños finales, los laboristas tendrán 412 diputados frente a los 121 de los conservadores, cuando la mayoría se sitúa en 326. En cambio, si lo que se mira es el porcentaje de votos obtenido, la diferencia no es tan llamativa: el Partido Laborista ha logrado un 33,8% de los votos (1,6 puntos más que en las anteriores elecciones), mientras que los tories se han quedado en el 23,7% (con una enorme caída de casi 20 puntos en cinco años).
Lo paradójico es que la derecha, dividida en dos partidos (Conservadores y Reforma) ha obtenido en conjunto un 38% de los votos, y si se sumaran los votos del Partido Liberal Demócrata, los tres partidos superarían el 50% de los votos. En España y en muchos otros países, esta mayoría sería más que suficiente para formar una coalición de gobierno que representaría a la mayoría de los votantes. Sin embargo, el sistema británico premia, de forma desproporcionada, la mayoría simple.
Y es que cada uno de los 650 diputados británicos es votado por una única circunscripción en la que sólo un diputado resulta elegido. Es decir, los votos que van a sus competidores se pierden totalmente.
Podemos observar dos ventajas en este sistema: la primera es que se favorecen mayorías claras y se garantiza la gobernabilidad, evitándose situaciones como la española, donde el gobierno central es rehén de unos pocos votos nacionalistas. La segunda ventaja es que los diputados rinden cuentas directamente a sus votantes y no están sujetos al control y a la disciplina que les impone su partido. Al contrario, los diputados tienen libertad para votar en el parlamento y, de hecho, ejercen un férreo control sobre el gobierno de su propio partido, asegurándose de que éste cumpla con lo que esos diputados prometieron a sus votantes.
Pero no todo son ventajas. Un sistema donde un partido que ha obtenido un tercio de los votos consigue dos tercios de los parlamentarios no parece muy fiable en términos de representatividad de la voluntad popular. En cualquier caso, al contrario que los españoles, los británicos parecen satisfechos con su sistema electoral y ni un solo partido ha propuesto modificarlo.
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