El Servicio Nacional de Salud del Reino Unido celebró esta semana su 75 aniversario.
Se trata es un conglomerado de cuatro sistemas gratuitos y universales de salud en Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Fue creado en 1948 tras una serie de reformas sociales posteriores a la Segunda Guerra Mundial, con el propósito de dar tratamiento a corto plazo para lesiones e infecciones.
Sin embargo, hoy se enfrenta a las complejidades de una población envejecida y un aumento de enfermedades crónicas sin cura.
7 de cada 10 libras gastadas del Servicio Nacional de Salud se destinan a pacientes con enfermedades crónicas, y se espera un aumento a corto plazo del número de mayores de 65 años con al menos dos enfermedades crónicas. Las próximas décadas presentan desafíos formidables a medida que la generación del “baby boom” entre de lleno en las enfermedades propias de la vejez, lo que ejercerá una fuerte presión sobre el sistema.
De acuerdo con una encuesta de IPSOS, la confianza del público británico en el Servicio Nacional de Salud ha disminuido, y casi la mitad (47%) cree que la calidad de la atención médica empeorará con los años. Las largas listas de espera para recibir tratamiento y la escasez de camas lo han puesto a prueba. Sólo entre 2020 y 2023 la proporción de personas que calificaban la calidad de la atención médica como “buena” o “muy buena” cayó del 74 al 48%.
Además, el público se queja de que la atención primaria está al borde del colapso y cada vez más médicos generales abandonan la profesión, agravando esta situación.
Precisamente en estos días de aniversario, muchos llaman a una reforma fundamental y a enfoques innovadores en el servicio. Hay propuestas de todo tipo. Algunas son son obvias como aprovechar las tecnologías digitales para facilitar la teleasistencia. Otras más atrevidas sugieren permitir que los pacientes paguen por “saltarse la cola”, aumentando así los recursos económicos del sistema. Y por supuesto, está la propuesta de aumentar el papel del sector privado.
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