Cinco primeros ministros en 6 años. Sin duda ésta no es la trayectoria ideal para la economía de un país que tiene muchos problemas.
Pero no nos equivoquemos. Ni los problemas de la economía británica son más graves que los del resto de Europa, ni la democracia británica es disfuncional.
Aunque en la Unión Europea se quiera dar la imagen de que estos problemas provienen del brexit, es difícil mantener este argumento cuando los países de la unión tienen al menos la misma inflación, más endeudamiento, más desempleo y más déficit que el Reino Unido.
Y en lo que concierne a la política, deberíamos, si cabe, mirar con envidia un sistema que es capaz de tumbar a sus mandatarios tan pronto como éstos incumplen sus promesas o muestran falta de eficacia. Pero tampoco nos engañemos, esto está lejos de ser ideal porque toda economía necesita planes a largo plazo que den estabilidad a los agentes económicos. Sin embargo, es una buena noticia tener un sistema que permite cambiar de dirección cuando el viento lo requiere, tantas veces como sea necesario. Incluso ahora el sistema de elección del nuevo primer ministro se ha simplificado para que no dure más de una semana, siempre respetando la voluntad del partido con más representación.
Liz Truss se ha enfrentado a dos cuestiones y ha fracasado en las dos. En primer lugar, no haber previsto la financiación a corto plazo de sus bajadas de impuestos. Después, con un nuevo ministro, presentó un programa muy distinto contribuyendo a la confusión y el descontento de su propio partido. La segunda cuestión de su fracaso era una píldora envenenada que dejó Boris Johson y que queda también para el próximo primer ministro: se trata del elenco de parlamentarios Tories probablemente más heterogéneo de la historia, con puntos de vista muy diversos en cuanto a cómo resolver los problemas económicos. El nuevo primer ministro, sin duda tendrá que echar mano de la creatividad para satisfacer a los mercados, a los ciudadanos y a sus propios parlamentarios.
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